Espaciu d'ayayu, desesperu y arrebatu

20060828

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En tal punto la creación y en esta actitud los genios que la presiden, Brahma, satisfecho de su obra, pidió de beber a grandes voces.

Diéronle lo que había pedido, bebió, y no debió de ser agua, porque los vapores, subiéndosele a la cabeza, le trastornaron por completo.

En este estado de embriaguez deseó alguna cosa muy extravagante, muy ridícula, muy pequeña; algo que formara contraste con todo lo magnífico y lo grandioso que había creado: y fue la humanidad.

Siva se restregó las manos de gusto al contemplarla.

Visnú frunció el ceño al ver encomendada a su custodia una cosa tan frágil.

Los hombres, en tanto, andaban mustios y sombríos por el mundo, ocultándose avergonzados los unos de los otros, cerrando los ojos para no ver a su alrededor tanto grande y eterno, y no compararlo involuntariamente con su pequeñez y su miseria.

Porque los hombres tenían la conciencia exacta de sí mismos.

¿Queréis acabar de una vez con vuestros males? -les dijo Siva-. ¿Queréis morir?

-¡Sí, sí! -exclamaron en tumulto-. ¿Para qué queremos este soplo de existencia?

-Yo soy un estúpido, lo sé, y me avergüenzo de mi barbarie -decía uno.

-Yo soy deforme -añadía el otro-, y me entristece el espectáculo de mi ridiculez.

-Y tenemos estas y estas fallas y aquellas y las otras miserias -proseguían diciendo los demás, enumerando el cúmulo de males y defectos de que entonces, como ahora, se hallaban plagados los hombres.

-Es cosa hecha -dijo Siva, viendo la decisión de la humanidad entera.

Y levantó la mano para destruirla; pero en aquel instante se interpuso Visnú.

-Esperad un día -exclamó, dirigiéndose a los hombres-, un día no más. Voy a daros de beber un elixir misterioso. Si mañana después de haberlo bebido queréis morir, que vuestra voluntad se cumpla.

Los hombres aceptaron, y Siva dejó su presa refunfuñando entre dientes, porque conocía el ingenio y la travesura de su competidor.

Visnú que efectivamente era hombre, digo mal, era dios de grandes recursos en las ocasiones críticas, se las compuso de manera que a las pocas horas tenía ya hecho y embotellado su elixir en tal cantidad que tocó a frasco por barba.

Pasó la noche, durante la cual los hombres no hicieron otra cosa que sorber por la nariz aquella especie de éter mágico; y cuando tornó a brillar la luz, vino Siva de nuevo a renovar sus proposiciones de muerte.

Los hombres, al oírle, comenzaron por maravillarse y acabaron por reírsele en las barbas.

-¡Morir nosotros -exclamaron-, cuando un porvenir inmenso se abre ante nuestra vista!.

- Yo -decía el uno- voy a conmover el mundo con la fuerza de mi brazo.

-Yo voy a hacer mi nombre inmortal en la tierra.

-Yo, a avasallar los corazones con el encanto de mi hermosura.

-Y así, todos iban repitiendo;

-¡Morir yo, que siento arder en mi frente la llama del genio; yo, que soy fuerte; yo, que soy hermoso, yo, que seré inmortal!.

Siva no daba crédito a sus ojos, y unas veces le daban ganas de rabiar y otras de reír a carcajada tendida ante el espectáculo de tan ridícula transformación. En aquel momento pasaba Visnú a su lado, y el genio destructor no pudo menos de dirigirle estas palabras:

-¿Qué diantre les has dado a estos imbéciles, que ayer estaban todos mustios, cabizbajos y llenos de la conciencia de su pequeñez, y hoy andan con la frente erguida, burlándose los unos de los otros, creyéndose cada uno cual un dios?.

Visnú, con mucha sorna, y dándole un golpecito en un hombro, se inclinó al oído de Siva y le dijo en voz muy baja:

-Les he dado el amor propio.



Gustavo Adolfo Bequer